El ojo de la espiral

I. 


Buenos Aires, 2025


Vivo en una ciudad donde el conocimiento de la psicología está muy arraigado en la población. Se percibe en el día a día cuando, por ejemplo, una persona piensa una cosa pero, en un desliz involuntario, dice otra. Un momento común que, sin duda, nos ha pasado alguna vez. Cuando esto ocurre, lejos de pasarlo por alto, la persona en cuestión lo reconoce enseguida y expresa freudianamente: “tuve un acto fallido”, acompañado de una observación interna: “¿Por qué dije esa palabra?”; una inmediata integración: “Bueno, sí, también sumo eso que acabo de decir”; o, con una gravedad repentina, anuncia en voz alta su compromiso por analizarlo: “Lo veré en terapia”. El diálogo con personas tan conscientes de sus procesos psíquicos y emocionales ha sido muy nutricio, pues me ha impulsado a agudizar ese tipo de atención. Así, en el marco de esta ciudad y esta cultura, la consulta psi (y con ello me refiero tanto a la psicológica como a la psicoanalítica) me ha orientado en la observación de mis movimientos psíquicos, tanto en lo relacionado a mis problemáticas puntuales como en el común actuar cotidiano. 

De mi paso por la consulta psi recupero ciertas maneras de ver e integrar lo que me viene de afuera, de intervenir en el mundo sin violentar lo que soy y de mantener un equilibrio sin sobrecargarme la cabeza. En un plano más personal, dado que vivo en una cultura que no me es propia, agrego que mi paso por este espacio ha sido un indudable pie a tierra, pues me ha ayudado a comprender la psicología colectiva característica de este lugar. 


Con el tiempo, sin embargo, noté que algo no alcanzaba a ser del todo visto. En mi interior crecía un interés por ir más allá de la historia personal y acceder a lo que intuía detrás de los mecanismos psíquicos. Cobraba fuerza un deseo de poner foco en otro lugar, actualizar la noción misma de sentido, sondear los fundamentos del ser. Pero, cada vez que expresaba algo en este tenor, me enfrentaba al hecho de que mis planteamientos no fructificaban. Eran escuchados, a veces abordados pero, invariablemente, apenas tocados. Se hizo evidente la brecha. Dejó de interesarme desenredar las triquiñuelas de la psique, necesitaba navegar la búsqueda del sentido profundo de mi ser. Luego de toparme una y otra vez con esa imposibilidad, renuncié siquiera a plantearlo. Era claro que necesitaba otro espacio, uno que permitiera mayor profundidad, donde me fuera posible crecer desde mis capas más internas. Ese espacio, en el que mi búsqueda pudo al fin ser protagonista de un camino transformador, fue el asesoramiento filosófico. 

Luna de Octubre 

Zuleika Lovera

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¿Y si soltar no fuera perder, sino empezar a ser?