La filosofía como sabiduría y como arte de vivir

La palabra “filosofía” posee un amplio espectro de significación, pero en último término se reduce a dos aspectos: un saber acerca de los fundamentos de la realidad, y un arte de vivir alimentado en ese saber. Así fue en sus inicios, y así sigue siendo para muchos filósofos (y ser filósofo no es tener una licenciatura en filosofía). Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de lo que no es filosofía, hoy quiero centrarme en lo que sí es, que es mucho más amplio, positivo y enriquecedor.

¿Qué es la filosofía?, o, en palabras de Marco Aurelio, “¿Cómo puede hallar el ser humano una manera sensata de vivir? Hay una sola respuesta: en la filosofía. Mi filosofía consiste en preservar libre de daño y de degradación la chispa vital que hay en nuestro interior, utilizándola para trascender el placer y el dolor, actuando siempre con un propósito, evitando las mentiras y la hipocresía, sin depender de las acciones o los desaciertos ajenos. Consiste en aceptar lo que venga, lo que nos den, como si proviniera de una misma fuente espiritual.” 1

“Preservar libre de daño y de degradación la chispa vital que hay en nuestro interior”, esa es la filosofía de Marco Aurelio, y de todo ser humano que ha llegado a ese punto del camino en que siente que en la vida hay infinitud de posibilidades de crecimiento, de expresión, de descubrimiento y de enriquecimiento. La filosofía nació –da igual si hablamos de la antigua Grecia, o de India, o de China, etc.- como un camino para vivir en armonía y lograr ese pleno autodesarrollo. La división entre teoría y práctica, entre el “saber” y el “hacer”, carecía de sentido. La sabiduría como la conquista de una mente clara y lúcida (no como acumulación de conocimientos y datos) no es una fuente de transformación, “es” la fuente de toda transformación profunda; y el compromiso activo con este trabajo de enriquecimiento interno, el trabajo cotidiano en esa dirección, es precisamente el que amplía y enriquece nuestro saber. No se puede dar el uno sin el otro. A veces la falta de claridad en este sentido es alarmante.

Para aquel que busca en su vida un camino de excelencia hacia la plenitud, para aquel que busca una fuente inagotable de inspiración en su andadura cotidiana, para aquel que busca disfrutar del camino y no sólo perseguir metas le remito, de todo corazón, a la filosofía. Pero a la filosofía verdadera, a aquella que fue defendida en sus inicios y luego, a lo largo de toda su historia, preservada y enriquecida por un selecto ramillete de filósofos que nunca olvidaron el verdadero propósito de ésta: poner luz en aquellos rincones que permanecen en sombras y que pueden resultar fuente de conflictos internos, de desesperanza o de la idea de que nada tiene sentido. Esta filosofía de la que hablo siempre ha defendido que las sombras no desaparecen peleándose con ellas, o intentando dialogar con ellas desde dentro. Las sombras desaparecen poniendo luz. Hablo de la filosofía perenne de la que hablaba Aldous Huxley, o la filosofía sapiencial de la que habla Mónica Cavallé, de aquella que más allá del carácter cambiante de la historia de la filosofía especulativa permanece viva e íntegra, al alcance de todo aquel que la busque.

1Meditaciones, libro II, 17.

Elena Machado

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