El duelo por suicidio

La muerte de un ser querido duele. Si se ha amado, ¿cómo no va a doler? El duelo es el camino que se ha de transitar tras la pérdida de una persona querida. Y es necesario transitar este camino porque el duelo es ese tiempo en el que debemos permitirnos sentir tristeza; aprender a vivir en un mundo que la muerte ha transformado para siempre; descubrir y conocer quién soy yo ahora. El duelo no es olvido, no es traición. Nunca se puede olvidar aquello que se ha amado. Seguir viviendo no es traicionarlo.

La muerte de un ser querido nos sumerge en un estado de incredulidad ante la realidad de lo que está pasando. No nos lo podemos creer; tenemos que enfrentarnos a un presente lleno de dolor y a un futuro lleno de miedos e incertidumbres. En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es total: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele el alma), social (duele la sociedad y su forma de ser) y familiar (nos duele el dolor de los otros). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y, especialmente, el futuro. Toda la vida en su conjunto, duele.

La muerte nos confronta con el sentido mismo de la vida, la fe, el amor, la identidad… ¿qué sentido tiene ahora mi vida?, ¿por qué Dios ha permitido esto?, ¿por qué a él?, ¿quién soy yo ahora?… La buena elaboración del duelo permitirá hallar las respuestas en el interior de cada uno para, de esta forma, vincularnos con nuestro ser querido fallecido desde el corazón e iniciar una vida sin él.

El objetivo último del duelo es el cambio de vínculo: del que teníamos antes a uno nuevo en el que no hay contacto físico. Es transitar del profundo dolor al recuerdo agradecido. El reto de cualquier duelo es, cuando remite el dolor, encontrar nuevamente un sentido a nuestra vida. Así pues, podemos afirmar que el duelo tiene un aspecto activo en el que nosotros somos los protagonistas, ya que es una transformación dinámica que pone en juego los propios recursos de una forma especial y única. De esta forma, el duelo deja de ser algo que nos pasa para ser algo que nosotros hacemos.

En el camino del duelo hay que tomar decisiones; se va eligiendo continuamente la forma de recorrerlo; y hay una serie de tareas que han de realizarse para conseguir una sana elaboración del mismo.

Puesto que el duelo es un proceso y no un estado, estas tareas requieren esfuerzo. La elaboración del duelo es un proceso cognitivo que supone afrontar y reestructurar los pensamientos sobre el difunto, la experiencia de pérdida y el mundo cambiado en el que ahora debe vivir la persona que ha sufrido la pérdida (Worden, p. 47).

Añadiríamos que no sólo es un trabajo cognitivo sino también emocional puesto que supone sanar una herida que ha producido la muerte de un ser querido.

Worden señala cuatro tareas en la elaboración del duelo:

1) Aceptar la realidad de la pérdida: hay cierta sensación de que no es verdad que el ser querido haya muerto. La aceptación lleva tiempo porque implica una aceptación intelectual y emocional. Se debe asumir que el reencuentro es imposible. Es normal que se presenten conductas de búsqueda y de negación. La posibilidad de despedirse y el funeral ayudan a muchas personas a iniciar esta aceptación. La meta de esta tarea es tomar conciencia de la realidad de la pérdida. Ayuda a realizar esta tarea contar y narrar los hechos, incluso los detalles; hablar del fallecimiento tiene un valor terapéutico.

2) Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: supone reconocer y trabajar el dolor físico, emocional y conductual. No se suele estar preparado para afrontar la fuerza de las emociones que surgen. La evitación y la negación son, en estos primeros momentos, protectores psicológicos ante la intensidad del dolor. La meta de esta tarea es la de dar expresión a los sentimientos (tristeza, rabia, culpa, vergüenza…) y aprender a manejarlos.

3) Adaptarse a un mundo en el que el ser querido está ausente: hay una adaptación externa (dependerá de la relación con el fallecido y del rol que desempeñaba); una adaptación interna (cómo influye la muerte en la definición que hace de sí mismo, en su amor propio y en su sensación de eficacia como persona. Es un impacto de la muerte en la propia identidad: “¿quién soy yo ahora?”. Supone un reaprender el mundo); y una adaptación espiritual (un ajuste al propio sentido del mundo. Se busca significado y su vida cambia para darle sentido a esta perdida y recuperar cierto sentido de control). La meta de esta tarea es la de superar los obstáculos para reajustarse, posteriormente, a la pérdida.

4) Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo: supone encontrar un lugar para el difunto que permita seguir vinculado emocionalmente con él y seguir viviendo de forma eficaz en el mundo. Se pueden desarrollar nuevos apegos sin olvidar al ser querido. Un modo de traducir esta actitud en la práctica consiste en ir dándose permisos (para llorar, reír, sentir tranquilidad…). La meta de esta tarea es la de aprender a recordar.

La forma y el ritmo en el que se desarrollarán cada una de estas tareas dependerá de los recursos de cada persona. Hay tantos duelos como personas. El dolor es único e intransferible.

No frenes tus lágrimas cuando lleguen
ni fuerces el llanto cuando se aleje.
No dejes de llorar
porque alguien lo reprueba,
ni te obligues a llorar porque si no:
“¿Qué dirán los otros?”
Respeta tu dolor
y tu manera de expresarlo.
Las lágrimas que ocultas,
el dolor que escondes
y la protesta que callas
no desaparecen:
quedan al acecho del momento
en el que pueden estallar.
Y es mejor que lo vivas todo
a su tiempo y en su hora.

(Poema de Trossero)

El tipo de muerte que se haya producido y el vínculo con el fallecido son dos realidades que afectarán a la elaboración del duelo. Según el psiquiatra y experto en suicidio Alejandro Rocamora, el duelo por suicidio es el más difícil de elaborar por tratarse de una muerte repentina e inesperada en la que el superviviente se siente interpelado por esa conducta y por el hecho de ser esta última socialmente inaceptable. En el duelo por suicidio es normal una fase en la que el superviviente se plantea una búsqueda de las motivaciones del suicidio y se hace preguntas a las que van asociados ciertos sentimientos: de abandono (“¿por qué me has hecho esto?”); de culpa (“¿podría haberse evitado?”); de vergüenza (“¿qué pensarán de mí los vecinos y amigos?”); sentimientos asociados a la idea de estigma, que a veces se relaciona con la locura (“¿mi familia estará maldita?”); de deseo de muerte (“¿qué pinto yo aquí?”).

El suicidio despierta muchas preguntas sin respuestas y mucha confusión. Es fácil que el doliente viva de manera angustiosa la búsqueda de una justificación racional de la muerte, una causa medianamente aceptable de lo sucedido, sin encontrarla nunca. (Bermejo, Santamaría, p. 37).

El duelo por suicidio necesita más tiempo para ser elaborado. Es frecuente que el sentimiento de vergüenza lleve a los familiares a no querer nombrar la circunstancia de la muerte. Algunas personas necesitan mucho tiempo para pronunciar la palabra “suicidio”.

La aparición del sentimiento de culpa es muy frecuente; se piensa en lo que se pudo hacer y no se hizo, en aquellas palabras dichas o silenciadas, en aquel médico al que se podría haber acudido… Los supervivientes al suicida se quedan con una sensación de no haber sabido cuidar de su ser querido y, en cierta medida, de haber fracasado en su vínculo con él: no se ha sido un buen padre, una buena madre, un buen hijo… Las formas en que se puede presentar la culpa son muchas: angustia, depresión, irritabilidad, agresividad, reproches (hacia uno mismo y hacia los demás), sentimiento de inferioridad, etcétera.

En la elaboración del duelo por suicidio es muy importante trabajar este sentimiento de culpa. Habrá que diferenciar entre una culpa justificada y una culpa injustificada. La culpa justificada es una culpa consciente y real que ayuda a tomar conciencia de lo que no se ha hecho y se podía haber hecho, para, partiendo de esta toma de conciencia, cambiar y dar a los que ahora se tiene alrededor todo lo que no se dio al que tomó la decisión de morir.

He cambiado bastante desde que nos dejaste. Ahora soy más compresivo con las debilidades humanas. Perdono con más facilidad. Soy más abierto… y digo más veces a tu madre y hermana: “Te quiero”. Y esto, como tantas otras cosas, te las debo a ti. Gracias hijo. (Carta de Julio a su hijo Pablo que se suicidó)

La culpa irracional está asociada a los “debería”, a todo aquello que no nos pertenece, incluida la decisión de morir de nuestro ser querido.

Asociado al sentimiento de culpa aparece el perdón —hacia el suicida y hacia uno mismo—. No se puede perdonar si antes no se ha culpado. Hay un perdón intelectual que se puede otorgar más fácilmente, porque racionalmente se puede llegar a entender el porqué de su decisión. Y hay un perdón emocional, el que nace del corazón, que es más lento, más difícil, porque conecta con la tristeza de la pérdida y produce mucho dolor; porque va de la mano de la aceptación de que “haya querido irse y dejarme aquí” (lo que despierta un profundo sentimiento de abandono e indefensión); y porque conecta con la identidad (“yo te amé y no fue suficiente”). Como expresaba Ana cuando llegó al grupo de autoayuda de padres que han perdido hijos del Centro de Escucha del que soy voluntaria:

¿Qué clase de madre soy si no he podido ayudar a mi hija, que es lo que más quería en el mundo? Yo debería haberme dado cuenta de lo que estaba sufriendo. ¿Por qué no pude hacerla feliz ? Me siento perdida. Yo era la madre de Alicia, y ahora no sé quien soy.

En el proceso de duelo, el sentimiento de culpa y el perdón nos vinculan con nuestros valores, con nuestro yo profundo. Solo desde ahí se podrán buscar las respuestas a las preguntas que nos interpelan. Cuando se mitiga el dolor profundo de la muerte de un ser querido, el doliente es capaz de reflexionar sobre sí mismo, sobre el otro, sobre el sentido y el sentir. Si se da el perdón auténtico, el que nace de lo profundo de cada uno, se produce una liberación transformadora. La Filosofía Sapiencial puede acompañar y asesorar en este difícil y sanador camino.

A modo de conclusión, me gustaría que este artículo fuera un homenaje a todas aquellas personas que he acompañado en su proceso de duelo; muchos de ellos por la muerte de sus hijos por suicidio. Personas valientes que luchan contra una nada que en ocasiones les supera; contra un vacío que parece empeñado en aniquilarlos; contra un frío que les ahoga. Llegaban a las sesiones cada semana y narraban su pérdida; y lloraban. Y, como valientes guerreros heridos, aprendieron a vivir sin ellos. Gracias por vuestra honestidad. Gracias por vuestras lecciones de vida.

Referencias
J.W. Worden. El tratamiento del duelo. Asesoramiento psicológico y terapia. Paidós. Barcelona. 2010.
J.C. Bermejo, C. Santamaría. El duelo. Luces en la oscuridad. La esfera de los Libros. Madrid. 2011.
Fuente :: HomoNoSapiens
Paloma Santos

Filósofa Asesora experta en Acompañamiento en Duelo. Ofrece consultas de Asesoramiento Filosófico online y presencial en Madrid.

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