El amor como anhelo

En nuestro diario vivir, solemos percibir el amor en su concreción, digamos que lo vemos a través de su forma manifiesta: amor de madre, amor de hijo, amor de amigo, amor de pareja... Un amor de alguien y para alguien, aunque este “alguien” sea la humanidad entera, la solidaridad.

Está este amor que hace y deshace, que pone condiciones, que responde a necesidades, que se confunde con nuestros deseos, que, muchas veces, se esconde tras el miedo. Un amor que actúa con una hoja de ruta planificada, prevista, un amor hipnotizado por la forma y el cómo debe ser. Y junto a él, encontramos otro, pero el mismo; un amor quieto, calmo, vacío, silencioso... Un deseo vehemente, íntimo, radical. Un amor libre y liberado de la forma, del hacer, del deber. Un amor que responde a nuestro propio Ser. Un amor que, entonces, se nos presenta como fundamento, como cimiento. Base de cualquier manifestación posible. Por tanto, fuente de la que nacen nuestras relaciones concretas de amor.

A este amor es al que llamo amor como anhelo.

¿Fundamento último y anhelo, a la vez? He aquí la paradoja.

El mirar el amor más allá de sus formas concretas, atravesando su aparecer, su apariencia, me descubre un amor compartido, hondo y sentido. Se me descubre una fuente universal.

Mirémoslo con atención, atravesemos las diversas capas en la que se manifiesta el amor (todas lícitas, por supuesto). Atravesemos también nuestros deseos. Crucemos el denso bosque, hasta llegar a su “claro”. En él descubrimos un espacio libre, vacío y lleno al mismo tiempo. Todo está allí y nada hay a la vez.

En y desde ese vacío descubro de nuevo el amor, esta vez como mi más honda identidad. Un amor que resuena en mí y que reconozco como propia naturaleza.

Pero ¿qué me ha traído hasta aquí? ¿qué ha señalado el camino? ¿cómo ...?

He aquí la paradoja.

Aquello que soy propiamente empuja a ser descubierto, ante la ceguera cotidiana, la hipnosis general del ámbito del aparecer.

El amor se manifiesta, así, como anhelo. Me llama a despertar.

Como siento el calor del sol sobre mi cuerpo, siento el calor de este anhelo, que me recoge y abraza. Lento, cuidadoso, amable me conduce y me guía hacia una identidad más radical de la acostumbrada, una identidad que ya no tiene que ver con mi biografía personal. Mi pasado, mi futuro quedan suspendidos un instante.

Este anhelo me conduce, en palabras de Teresa Guardans, hacia el otro lado del “cerco del aparecer” y, sin embargo, está aquí. Se da ahora. Aquí y ahora, en mí y en mi Vida.

Recuerdo los dibujos de aquellos libros llamados “El ojo mágico” con los que jugábamos intentando descubrir la imagen 3D oculta en un patrón plano, en 2D. Cuando se daba la magia de que apareciera el dibujo tridimensional, sentíamos que habíamos traspasado una frontera y un nuevo mundo se abría ante nosotros. La realidad ya no era como nosotros la veíamos a primera vista. Oculto había un secreto maravilloso.

Del mismo modo, y con esa actitud de juego (pero, con la atención e intención puesta en ello) solo tengo que mirar y prestar atención a lo que antes me pasaba desapercibido. Y, tras una realidad plana se nos descubre el secreto, se nos aparece una realidad que nos llena de gozo. Todo adquiere otro tono, otro aroma.

El anhelo del que hablo, sería entonces un impulso hacia nuestra propia naturaleza, hacia nuestra propia Realidad que a su vez es compartida, universal. El anhelo es el motor que nos mueve hacia su encuentro. La dirección de este empuje viene marcada por la profundidad de nuestro mirar.

Alguien dijo, creo que fue Baudelaire, el amor es el anhelo de salir de uno mismo. Y, justamente de esto se trata, de salir de nosotros mismos, acallar por un momento nuestros pensamientos, dejar de lado nuestra historia... permitirnosexperimentarnos más allá de la realidad 2D.

En este sentido, hablamos de un Amor como anhelo y como naturaleza radical.

El amor como anhelo, es el amor apuntando hacía sí mismo que en última instancia es mi propio centro. El amor que soy llamándome fuera del “cerco del aparecer”. Entonces, el amor se nos presenta como anhelo de alcanzar esto que ya somos y, desde ahí, relacionarnos con el otro. Porque el amor se manifiesta en relación, pero no se agota en ella.

He aquí que descubro el amor como cualidad esencial del ser humano, cualidad que encarnamos todos. Como dice Mónica Cavallé (1), pasamos de tener amor a Ser amor. Esta nueva comprensión de mí mismo y del mundo que me envuelve descansa directamente en la misma existencia, en el Yo soy. Esta nueva actitud me permite ser más yo mismo, fluir desde el centro de donde surgen todas las posibilidades y capacidades, estar más disponible para ver, sentir y actuar.

Desde este vacío silencioso alcanzo el fondo de la realidad, a la que dejo ser sin violentarla. Amar desde ahí es aceptar.

Permanecer en el “claro del bosque”, vacío de sí, y sin embargo rico en abundancia, lleno de posibilidades.

Qué mejor que terminar esta breve confesión de amor que a través de las palabras, siempre poéticas, de María Zambrano:

“Vivo ya fuera de mí, decía Santa Teresa. Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo. Vivir dispuesto al vuelo, presto a cualquier partida, es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa promesa de vida que el amor insinúa en quien lo siente. El futuro que inspira, que consuela del presente haciendo descreer de él, de donde brota la creación, lo no previsto. El que atrae el devenir de la historia que corre en su busca, lo que no conocemos y nos llama a conocer. Ese fuego sin fin que alienta el secreto de toda vida, lo que unifica, con el vuelo de su trascender, vida y muerte, como simples momentos de un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la divinidad. Lo inaccesible que desciende a toda hora” (2)

1. Mónica Cavallé. El arte de Ser. Editorial Kairós.

2. María Zambrano. Dos fragmentos sobre el amor. Editorial: Club Internacional del Libro, 1998

Anterior
Anterior

Sobre la transformación

Siguiente
Siguiente

Taller Conócete a ti mismo en el Certámen filosófico Palma Pensa